Todo Vale

Todo Vale

            Camina despacio, entra a la cocina, va hacia la heladera, la abre. Del primer estante, el de arriba, saca una naranja. La toma con la mano derecha, la lleva hacia la pileta. Con la mano izquierda abre el agua caliente. Lava la naranja con cuidado. No le importa el calor del agua. Cierra la canilla, toma el repasador rojo, la seca, cuidando el detalle.

            Toma la tabla de madera oscura, el cuchillo chico, el de pelar. Sale hacia el living. Se sienta de espaldas al balcón, mirando hacia el bargueño de la abuela. Deja la naranja en la tabla, frente a ella, el cuchillo a la derecha. Apoya las dos manos sobre la mesa y se queda respirando hondo varios minutos. Toma el cuchillo y empieza a pelar la naranja desde arriba, desde el cabo.

            Con muchísimo cuidado la pela en espiral tratando de agarrar la mayor cantidad de pellejo blanco al mismo tiempo. Lentamente. La tarea le lleva un cuarto de hora. Cuando está por terminar muestra la primera emoción. Piensa ja, todo en una sola pieza, me va a tocar una buena suegra, pero puta madre lo que yo quería era un buen tipo.

            Termina de pelar la naranja en una sola tira. Apoya el cuchillo, va a la cocina, trae una bolsita de plástico y pone la cáscara en la bolsita. Regresa a la cocina para tirarla. Vuelve, no está conforme. Lleva la naranja y la tabla de madera a la cocina. Apoya la tabla con una mueca de disgusto en la pileta. Toma un plato del aparador de arriba y sobre él deposita la naranja. Se dirige nuevamente al living. Se sienta, acomodando la silla, sabiendo que en esto se le va parte de la vida.

            Con delicadeza empieza a abrir la naranja desde arriba, introduciendo los dos pulgares, teniendo cuidado de no romper ningún gajo. La separa primero en dos, mira bien, aparta apenas los gajos y elige el más chico. Tiene que dividir una mitad en partes más pequeñas para alcanzarlo. Logra agarrarlo. Le saca todo el pellejo que le quedaba por afuera. Lo pone sobre el plato. Apoya el resto de la naranja sobre la mesa. Toma el cuchillo y con gran cuidado levanta la piel del gajo, apenas, en una punta. Con los dedos termina de levantar toda la piel de un lado.

            Apoya el plato enfrente de sí misma, toma el gajo muy suavemente, entre el dedo pulgar y el índice de la mano izquierda y con la mano derecha saca una de esas pequeñas gotitas que forman el gajo. Como si estuviera comiendo jalea real se lo pone en la boca y lo degusta lentamente. Dos minutos más tarde, otra gotita. Sigue así. Una gotita, sin tocar ni molestar a las de al lado. Con una precisión de cirujana se la lleva a la boca. No se le cae ni una, sería traumático. Sigue así durante horas.

            Entra en un trance dentro de ese trance. Saca una gotita y habla, por adentro. Gustavo hijo de puta, pelotudo de mierda, ¿por qué me cagaste?, animal. Dos minutos. Otra gotita. Boludo, si yo te quería. Dos minutos. Otra gotita. No ves que me hacía buscar, estúpido. Pausa. Gotita. ¿Qué tiene Marisa que no tenga yo?, boludo. Gotita. Ojalá te mueras, animal.

            ¿Y vos, tano, que sólo sabés coger? Porque hablar, ni ahí. Pausa. Otra gotita. Pero después de dos polvos sólo querés dormir, nada más. Guacho de mierda. Vivís el momento. Una gotita. El tuyo. Otra gotita. A los otros los vivís. Gotita.

            En el fondo se oye el teléfono. Por cuarta vez. Como una autómata Valeria se levanta, va al baño, hace pis, pasa por su pieza, apaga el teléfono. Vuelve a su silla.

            Hombres de mierda. Gotita. Monja me debería hacer. Gotita. Nunca más voy a salir con un hombre. Gotita. Gotita. Así no me van a herir. Con una mujer tampoco. Gotita.

            Nunca más me voy a acostar con nadie. Otra gotita. A análisis tampoco vuelvo. Gotita. Cornudo de mierda. Gotita. Pausa. Lo único que hacés, pajero, es hacerme hablar de sexo y sacarme plata. Gotita. Cuatro años. Otra gotita.

            ¿En qué cambié? Gotita. Pausa. Gotita. Era más feliz antes. Gotita. Vas a decir que es parte del proceso. Gotita. Pausa larga. Por qué no te vas a la concha de tu madre. Gotita. Vos que estás casado, con hijos, tenés plata. Boludo. Otra gotita.

            Una gotita. Valeria mira la naranja. Quedan como doce gajos más. Eso está bien. Otra gotita. Valeria está en el tercer gajo. Ya es de mañana. Domingo. Un poco cansada pero sin hambre.

            Golpean a la puerta, fuerte.

-Valeria, soy yo, Melu. Sé que estás ahí, dejame pasar. Desde ayer que te vengo llamando.

            Valeria putea. Camina despacio hacia la puerta y abre.

            Melu no está sola. La acompaña un tipo alto, mayor.

-Te presento a Ramiro -dice Melu-. ¿Podemos pasar?

-Bue, bueno, sí.

-Se te ve cansada. Dejame preparar un desayuno -dice Melu mientras se dirige hacia la cocina.

            Valeria se queda en el living, sola con Ramiro, que la estaba mirando.

-¿Vos qué hacés -le pregunta Ramiro?

-Soy escritora. ¿Y vos? -pregunta fatídica.

-Yo soy psiquiatra. Antes de que venga Melu, que me contaba que sos una piba bárbara; tengo un chalet en el Tigre, ¿querés venir a pasar el próximo fin de semana conmigo? A mí me encantaría.

            Melu está volviendo de la cocina. Valeria lo mira a los ojos y le contesta

-Sí.

Copyright David Mibashan.

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