Dos por dos

Dos por dos

Fred lo pensó al despertarse de una siesta corta después de haber hecho el amor con Samantha.

            Prefirió contárselo enseguida para no callarse y atormentarse con la idea de decirlo y de hacerlo.

            Ella estaba despierta, contemplativa, satisfecha.

—Samantha, sabés, me gustaría mucho acostarme con vos —se interrumpió un momento—, después de que te acuestes con otro.

            Ella lo miró y le sonrió. No fue una sonrisa de no tomarlo en serio ni tampoco sarcástica. Fue para decirle “lo que a vos te haga feliz, si lo puedo hacer, lo voy a hacer”.

            No era un secreto que Fred y Samantha se consideraban libres de tener otras parejas. Esta era una relación leve, después de relaciones serias. Fred había salido cuatro años con Wendy; Samantha había estado casada cinco años con Jim. Y ahora eran solteros de nuevo. Estudiaban, trabajaban; dormían juntos dos o tres noches por semana.

            Samantha también se veía regularmente con Ron y a veces con otro. Él le era más fiel, por falta de necesidad y por falta de oportunidad. Desde que salía con Samantha, hacía unos meses, se había acostado solamente dos veces con una ex-novia, una anterior a Wendy.

            Fred se entusiasmó con la idea. Estaba excitado. Se puso encima de ella y la penetró enseguida, sin el típico juego que tenían, de aproximarse y desearse. Se acostaron con pasión animal. Samantha se sentía cubierta y tomada.

            Después de terminar Fred le preguntó “¿Cuándo?” en un susurro.

—¿Cuándo qué? —le contestó Samantha en voz baja.

—¿Cuándo lo hacemos?

—Cuando quieras, dulce.

—El sábado.

—Bueno

—¿Cuándo te podés ver con Ron? —le preguntó Fred sin intentar contener su ansiedad.

—Puedo ir a las tres, como otras veces —le contestó Samantha.

—Decile que tenés que trabajar, ¿puede ser? Que te tenés que ir a las cuatro.

—Cómo no —le dijo ella—. ¿Sabés qué?, yo te llamo a eso de las cuatro menos veinte para decirte si va todo bien —da una pitada al cigarrillo y su cara indica que cambia de idea. —Mejor hagamos así, llamame vos, a las cuatro menos veinte, no me quiero retrasar. Esa va a ser mi señal para coger de nuevo. Y después venir enseguida para acá. Llamame vos a lo de Ron. Voy a tratar de atender yo y te corto con alguna excusa.

—Dale —dijo Fred.

            El sábado a la mañana él no podía contener su excitación. Limpió la casa, se fue de compras, inventó tareas para pasar el tiempo. Miraba el reloj. Los minutos no se movían. Escuchó música, El lado oscuro de la luna.

            Desde las tres hasta las cuatro menos veinte estuvo impaciente. Ahí llamó. Ella contestó, su voz sonaba como si hubiera corrido para atender.

—¿Hola? —Samantha hizo una pausa. Fred no podía decir nada—. Ah, sí, sí, no, gracias, no me interesa una limpieza de alfombras —y cortó.

            Fred recibió la señal. A las cuatro y siete minutos vio venir el taxi. Le abrió la puerta antes de que tocara el portero eléctrico. Samantha subió los dos pisos por la escalera. Fred abrió y ella entró. Él se sentía casi más nervioso que la primera vez que había hecho el amor.

            Caminaron hacia la cama acariciándose y abrazándose. Se desvistieron rápidamente. Se acostaron como animales, sin detenerse; gozaban y continuaban.

            Fred estaba boca arriba fumando un cigarrillo, relajado, contento. Samantha a su lado, satisfecha.

            Sonó el teléfono, Samantha se apresuró a atender.

—Ah, sí, sí, no, gracias, no me interesa una limpieza de alfombras —y cortó.

Copyright David Mibashan.

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