Aeropuerto
Imaginate en un aeropuerto. Mucho tiempo pensándolo, suponiéndolo; temiendo sentir. Salís de tu casa. Este es el momento. Tantas cosas que hasta ahora te parecían importantes ya no lo son. Tantas obsesiones que ya no tienen lugar. Cosas irrelevantes que ahora no te molestan más. Ahora sí son irrelevantes.
Sería más lindo el muelle de un puerto o tal vez la plataforma de una estación de tren. Pero es un aeropuerto e incluso el ruido y lo comercial del lugar no pueden molestarte.
Vas a esperar a esa persona. Esa persona que te puede hacer sentir bien. Sin preguntas; hasta con respuestas.
Estás ahí parado, cerca del cartel Arrivals, Llegadas, Arrivées. Y estás esperando a esa persona. Tu mamá, tu papá, tu pareja, tu hermano, un desconocido con el que te carteaste durante años, tu amigo.
Esa persona hace que el mundo se desdibuje. La podés abrazar desde el alma sin tener que preocuparte. El mundo no existe porque sos feliz. Esa persona. Está llegando. Se abren las puertas y empieza a salir gente. Sabés que va a tardar un poco más. Él o ella está sintiendo lo mismo que vos.
Cambiás tu peso de un pie al otro. No te podés involucrar en las tristezas y alegrías que siente la gente que espera a tu alrededor. Gente que sale con pasaportes en la mano, cargando valijas, todo tipo de carritos, bultos. Y hay una persona. No te importa como viene vestida, qué tipo de valija trae. Esa es la persona, este es el momento. Ahí sale. Ahí vas vos. Te alejás medio metro de la baranda y caminás hacia el costado para entrar en ese limbo donde no se sabe si es la parte permitida o no para los que esperan.
Ahí viene. El abrazo.
Copyright David Mibashan.