Sesión
Martín toca el timbre y Julián le abre enseguida. Ambos son puntuales. Martín camina adelante, hacia el consultorio. Se sientan y Martín, ya acostumbrado a que Julián no pierde tiempo con preguntas triviales sobre el tránsito o el tiempo, empieza a hablar.
—Lo estuve pensando toda la semana, no a propósito, como que me venía, incluso en sueños.
—Y, ¿qué surgió?
—Que me dejo estar.
Julián lo mira fijo, pero con cariño y le hace el típico movimiento de doble click, o sea, le pide se explaye.
—Sé lo que me gusta —mira el gesto inquisitivo de Julián y le contesta antes de oír la pregunta de él. —Quiero entusiasmarme por un trabajo, como vos. Quiero investigar algo, pero en este país te miran raro y no hay recursos. Quiero enamorarme de alguien, pero como que no me surge.
—¿Hay algo más o elegimos una de esas?
—Me conocés. Hay. Quiero ser tan bueno como mi papá. No es que él me lo exija, pero en todos lados me preguntan si soy el hijo del Dr. Balmacetti. Les digo que soy, pero que soy Martín. “Claro, el hijo del Dr. Balmacetti.” A veces le comentan a los que los acompañan “¿Sabés quién este pibe? ¡El hijo del Dr. Balmacetti!” ¡El que salvó a mi viejo!” “Gracias, pibe, mandale un gran saludo a tu padre de parte de Bermúdez”. Bronca me da, Julián. Impotencia. Ganas de llorar, ¿sabés? Lo quiero a mi viejo y sé que es bueno, que salvó a muchos. Vive por la medicina. Pero nadie me ve como persona. Me da una rabia.
—Concentrate en la rabia, Martín. ¿Dónde la sentís?
—En la sien —dice Martín mientras se masajea ambos lados de la cabeza. —Como si fueran a estallar.
—¿Qué dice ese dolor?, Martín, ponele palabras —lo mira, apoyándolo
—¡Lo odio! No, carajo —se pone a llorar—, me odio —dice sollozando—, ¡nunca voy a ser como él! Pero no porque no pueda, sino porque…
—¿Por qué? —pregunta Julián mientras le acerca una caja de pañuelos de papel.
—Porque no tengo la fuerza. Mierda, Julián, soy un inútil, un tarado, no hago nada a fondo, ni trabajo, ni estudios, ni pareja. Tengo muchas cosas resueltas, vivo con mis viejos, bien, trabajo un poco y tengo mi dinero, estudio algo, pero nada me llama —el llanto se vuelve silencioso. Cada tanto baja y sube la cabeza, siempre con los ojos mirando a la alfombra.
—¿Qué más?
—¡Preferiría que no fuera tan buen tipo, así podría decir que todo esto me pasa porque él es exigente, o una basura, o no le importo! Pero es que no es así.
—¿No podés mandar la pelota afuera, entonces?
Martín asiente con la cabeza.
—¿Qué es lo peor, Martín? —pregunta Julián.
—Que ni siquiera sé si tengo la fuerza para cambiar.
—¿Tan así?
Martín se queda callado, se suena la nariz, levanta la mirada, enfoca a Julián y sonríe.
—Ah no, decidite, ¿llorás o reís?
Martín larga una carcajada que sale con el ruido húmedo del llanto todavía inconcluso.
—Sos duro, ¿eh? —pregunta Martín.
—Vos me lo pediste, contestaría un sádico —Julián también se ríe.
—Me siento un poquito mejor —dice Martín.
—Sí, pero eso no sirve del todo, ponele nombre a las cosas, hacelas tuyas. ¿Qué es lo que más te cuesta?, ¿qué te gustaría hacer y ser?, ¿qué te lo impide?, ¿qué podés cambiar para cambiar?
—Uf, tantas cosas. Quiero terminar bien la carrera. Quiero saber si soy buen terapeuta, si me gusta, si soy buen investigador, cuál quiero ser, una, las dos, ninguna. Quiero poder amar a alguien, y sé que depende de mí, que no me juego, que soy cómodo, que busco perfección, tal vez ni siquiera, busco relaciones tibias, sin compromiso. Ni el sexo me interesa tanto. Quiero poder agradecerle a mis viejos todo lo que dieron, me dan. Sé que de chico mi papá no tenía mucho tiempo para mí, ¿me querría?, quiero creer que sí. Quiero entender al mundo. No, a mí mismo, para eso estudio psicología. Yo me lo impido, temo, temo que no me guste la respuesta.
—¿Cuál sería esa respuesta?
—Que soy un tonto, sin garra, sin convicción.
—¿Lo sos?
—Hoy sí.
—¿Vas a salir?
—Quiero salir.
—¿Vas a hacerlo?
—Sí.
—¿Empezando?
—Hoy, voy a estudiar estadística multivariada, que la tengo postergada. Llamar a Marisa, creo que ella me quiere querer, pero no la dejo. Hablar con mi viejo, sobre elección de profesión. Sacarla a mi vieja a tomar algo, quiero conocerla más, cómo fue la vida de sus padres en el Getto, algo en lo que nunca me quise meter, me iba en las reuniones familiares si aparecía el tema. Y voy a seguir viniendo a terapia.
—¡Si yo estoy dispuesto a seguir viéndote!
—¡Andá a cagar!
—¡Qué buen final para una sesión jugosa! ¿Está bien parar acá?
—Sí, gracias, te veo el jueves que viene.
—¡Fuerza!
Copyright David Mibashan.
One thought on “Sesión”
Muy muy buen relato de sesión e intervención. Felicitaciones David! Leerte hace aportes importantes en mi profesión, y me enriquece totalmente. Gracias por escribir todo el relato exacto de una sesión cotidiana, tan fuerte y tan cargada de recursos. Gracias