Rock matutino
Los volantes pegados en la calle fueron tomados en serio y a las nueve de la mañana de un sábado de julio de 1975 la vereda del Gran Rex estaba llena de jóvenes que querían ver el recital de Sui Generis que se había anunciado pocos días antes.
Muchos habían ido pensando que era una broma y les habría dolido haberse levantado temprano, una mañana soleada pero muy fría, para darse cuenta de que era una broma.
Había carteles anunciando el concierto, la boletería estaba abierta y las dos colas, para comprar entradas y para ingresar, llegaban cada una hasta una esquina opuesta.
Había pelo largo, pero no tanto como antes, el temor a la policía y sobre todo a la parapolicial Triple A generaban miedo. La rebeldía adolescente se mostraba con ropa de colores, telas y diseños floridos y llamativos que se podían tapar con un abrigo si se acercaba la policía.
La cola para las entradas, la única que se movía, era fluida y sin incidentes. Las entradas eran sin numerar y solamente indicaban si eran platea, pullman o super pullman.
El ingreso fue ordenado, con algunas pocas carreras para conseguir lugares más adelante.
Había rumores de la separación de Sui Generis, que agregaban más depresión a la situación del país. Un gobierno que parecía un títere con un titiritero oculto, inflación, miedo, descontento y sobre todo incertidumbre. Perón había muerto un año antes, los ministros cambiaban constantemente, la guerrilla actuaba indiscriminadamente, los militares reprimían y la sensación de fin de época mala e inicio de una época peor flotaba en el aire.
El recital empezó media hora tarde con el ingreso de Charly y Nito. Mientras eran aplaudidos entró el resto de la banda.
Sui Generis empezaba siempre sus recitales con Amigo vuelve a casa pronto. Los primeros acordes callaron a los tres mil espectadores y generaron un clima eléctrico y profundo. A pesar del poco tiempo para armar el espectáculo, los equipos de sonido eran buenos y estaban bien instalados logrando una acústica de primera calidad.
Siguieron con Tribulaciones, lamento y ocaso de un tonto rey imaginario, o no que hipnotizó a la audiencia con los solos de guitarra y piano. La siguiente canción, Necesito, encontró a una audiencia tan conmovida por las dos canciones anteriores que la escucharon en silencio, absorbiendo el contenido de las letras.
El show duró más de dos horas; en un momento, al bajista se le rompió una cuerda del instrumento y siguió tocando. Con una postura cómplice le hizo una seña con la cabeza a Charly pidiéndole un solo y logró tocar con emoción y profundidad de manera perfecta con solamente tres cuerdas.
Lo último fue Canción para mi muerte, que fue coreada por casi todos. Sui Generis tuvo que hacer tres bises, terminando con Rasguña las piedras.
Cuando la gente salía, charlando, fumando, sintiendo, un señor que pasaba por la calle les gritó “¡Juventud perdida!”. Nadie le contestó y Lisandro siguió caminando.
Copyright David Mibashan.