Protección
“Hoy no quiero ir al colegio, mamá” diría hoy si no fuera que tengo que ir. Y es el trabajo y no el colegio. Qué lindo cuando las frazadas me protegían y escuchaba en el fondo el comienzo de un desayuno. Una calidez linda, tan opuesta al frío de la calle, la llovizna, los coches salpicando, el patio congelado del colegio y tanto tiempo hasta el mate cocido. Quedarse en la cama era tan justo, perfecto.
Hoy soy mayor, tengo responsabilidades, no tengo tanta protección, y además vivo en el exterior (¿de qué?, de mi país, de mis cosas, de mí). Tengo pocos códigos, pocas defensas, pocos defensores. No es difícil acostumbrarse a una rutina y levantarse temprano, ir a trabajar, moverse automáticamente; pero duele tanto.
Quiero las seguridades de la infancia, los absolutos, la ausencia de dudas. Quiero sentirme protegido. Cuando una frazada era eso, y el colegio era un mal menor, y todo era más fluido. Hoy corro y no me dejo sentir. Porque si lo hiciera, haría lo que hago ahora. Me doy vuelta, apago el reloj, me cubro bien con la frazada, y me protejo muy lindo.
Este cuento aparece en Still…life, Mosaic Press, Canadá. Copyright David Mibashan.