Cortázar a pedazos
Un ir y venir por los pasillos de la Universidad que le da una sensación de libertad. Un caminar que se vuelve más rápido hasta que adquiere ritmo propio. Sus pensamientos hacen lo mismo, se aceleran hasta clarificarse, desprendiéndose de lo superfluo que los rodea. Daniel puede caminar largos trechos, y pensar varias ideas: soluciones a problemas de estudio, sugerencias para nuevos trabajos, preguntas sobre el mundo, en fin, hurgar adentro suyo con ganas. Sin embargo, ese caminar no es tan lindo como ir a la biblioteca, buscar la sección de libros en castellano y comenzar a mirar.
Biblioteca, ese lugar que de chico lo espantaba. Más tarde ya se atrevía a entrar, incluso a sacar algún libro y a devolverlo sin una demora mayor de un mes. Más adelante se había vuelto casi agradable. Después ya sí, una actividad insustituible.
Va a la sección de autores argentinos. Allí, en el penúltimo estante está Cortázar. Muchos libros, algunos escritos por él, algunos sobre él, algunos libros mentira, sólo el prólogo es de él, otros libros chanta, en total cincuenta páginas estiradas por letras y márgenes grandes y por hojas chicas, trucos viejos de editor pícaro. Y aunque Daniel (h)ojea muchos libros y se lleva algunos de distintos autores, por alguna razón, Cortázar se vuelve el ancla, el centro (a pesar de estar al fondo, contra una pared) de esa biblioteca.
La tercera vez que va, Daniel se agacha y siente que tiene gases. Sin darle mucha importancia, mira a su alrededor y al descubrir que no hay nadie, se descarga. La vez siguiente, después de haber encontrado Alguien que anda por ahí que algún lector retrasado había devuelto, al querer incorporarse siente ganas de evacuar un flato. Así lo hace. Sin embargo, Daniel rememora que de las cuatro veces que vino a esa sección de la biblioteca, en tres ocasiones tuvo gases, y de la otra no se puede acordar con seguridad. Sí, claro, el hecho de agacharse puede ser un buen catalizador, pero el movimiento no produce follones, sólo expedita su expulsión, piensa Daniel lógicamente.
El tema quedó encerrado por un año y medio hasta que la biblioteca de la Universidad de Milán fue trasladada a su nuevo edificio. Cortázar, esta vez estaba al alcance de la mano. Y aún así, Daniel sintió que las flatulencias le cosquilleaban por adentro. “Raro”, se puso a pensar. “A la otra biblioteca yo iba después de almorzar. Pero ahora son las diez de la mañana”. La vez siguiente no sólo sintió esa necesidad de largar sus ventosidades (ya se había preguntado si la causalidad no era al revés, si el sentir deseos de evacuar los cuescos le recordaba ir a la biblioteca, pero no, siendo bien sincero consigo mismo y con su cuerpo, cuando entraba a la biblioteca no había vientos en puerta) sino que así lo hizo con la terrible mala suerte de escuchar unos pasos por el pasillo. Horror de horrores, ¿quién si no alguien conocido, o conocible, iba a ir a la sección en español? Una rica piba dio la vuelta en el pasillo donde estaba Daniel y éste puso la obvia cara de “¡qué guacho que fue el que se tiró este flato!” La muchacha, poniendo cara de ”yo no sentí nada” se fue al pasillo siguiente. Por suerte Daniel no la conocía, aunque dos semanas más tarde la providencia no lo ayudó y la reconoció en una fiesta de colombianos. De pura vergüenza no le habló en toda la noche.
El fenómeno se repitió en distintos países, a distintas horas, después de variadas comidas. Aunque Daniel no le daba mucha importancia, porque dentro de todo, ya había adquirido casi todas las obras de Cortázar y sólo iba muy de vez en cuando a ver si se le había escapado alguna, él había pensado en todas las posibilidades lógicas. Ninguna cabía: él casi nunca tenía ataques de gases. En general era parco y mesurado, hasta en eso. El tiempo que se quedaba en la biblioteca variaba, eso no podía ser un factor. Tampoco el día de la semana, le había pasado hasta en domingo.
Después de Italia siguió Estados Unidos. Incluso en la Biblioteca Nacional en Buenos Aires le había ocurrido. Francamente, Daniel no entendía qué había atrás de todo eso.
El teléfono sonó a eso de las tres de la mañana. Completamente dormido, Daniel tanteó el aparato. Lo agarró, y adivinando en qué lado estaba el auricular, y en cuál el micrófono, contestó:
-¿Ho, Hola?
-Che, Daniel, Julio te habla. No seas opa, querés, y usá la palabra pedo.
Este cuento aparece en Still…life, Mosaic Press, Canadá. Copyright David Mibashan.
One thought on “Cortázar a pedazos”
Gracias x esta carcajada! La verdad que “pedo” me resulta mas amigable que flato. Esta genial! Gracias x escribir! 🙂