Balances
Hoy, a los cuarenta y cuatro años, en la cafetería del edificio, comiendo una comida tan rutinaria que tengo que mirar lo que es para recordarlo.
La radio me da una sorpresa. Una canción me lleva a la adolescencia. Killing me softly. ¿Era Aretha Franklin? Nunca lo supe.
Mis dieciocho años. Yendo a bailar en grupo de vez en cuando. Quedaba por el bajo, en Olivos. El lugar tal vez era Enamour. Tarde, las dos o tres de la mañana. Después de seis canciones movidas venía una lenta. Empezar a bailar con Graciela. Saber que no iba a pasar nada porque nunca pasaba, porque. Mi cuerpo tan sensible. Mi cinturón sentía el cinturón ancho de ella. El sudor de su cuello me excitaba. Tomarle la cintura y ni siquiera poder imaginarme una relación sexual porque era virgen, pero sentirla. El calor, los olores, las ganas, los miedos.
La música en la cafetería sigue, claro, esas canciones eran largas y parecían todavía más.
¿Dónde estarás hoy vos, Graciela? ¿Estarás almorzando ahora? ¿Qué distancia nos separa?
Está terminando la canción, Bill se acerca, quiere saber si el balance dio bien.
Dio bien. Pero no el que vos pensás, Bill.
Este cuento aparece en Still…life, Mosaic Press, Canadá. Copyright David Mibashan.