¡Vamos, loco!
—Un poema más.
—No, viene ahora mismo.
No quise. Dos tipos grandes vinieron por detrás de mí. Cada uno me agarró de un brazo y me pusieron la cabeza contra el libro.
-Ahí lo tenés. ¿Ya lo leíste?
Después me levantaron en vilo, me pusieron una especie de esposas de plástico ajustándome las manos atrás de la espalda y me llevaron hacia la entrada.
Yo no entiendo a esta gente. Cuatro personas distintas me habían entrevistado al entrar al hospital. El médico de guardia, el psiquiatra, una estudiante y una enfermera. La enfermera me había parecido la más simpática. Me había preguntado qué cosas me gustaban. Yo le había contestado que leer.
No era mi primera vez en un hospital. En realidad estuve muchas, desde chico, desde que los mataron a papá y a mamá. Carajo, ya estoy llorando de nuevo.
Test, píldoras, más tests, entrevistas. Siempre me dicen lo mismo “Que es para mi bien”, “Que voy a estar mejor”.
Parece que soy loco. Y a juzgar por sus caras cuando me dicen que estoy mejorando, para siempre.
El psiquiatra creyó que yo estaba deprimido. Ridículo, esto es mi normalidad, incluso estoy bien. El creyó que yo me podría matar. Estúpido. No sabe que no. Que le tengo miedo a la muerte. Y peor, al infierno. Esta vida es horrible, pero no quiero morirme, creo que no lo toleraría.
Decidieron ponerme bajo custodia. O sea que no puedo hacer nada casi sin avisar. Me fui por la puerta principal. Pero no escapándome. No pensé en la custodia. Caminé cuatro cuadras y fui a la biblioteca municipal.
Varias horas estuve. Y Baudelaire conmigo. Después me enteré de que me habían buscado como loco. Creo que es lo que les corresponde.
Este cuento aparece en Still…life, Mosaic Press, Canadá. Copyright David Mibashan.