Bienvenida Carla
—¿Protestante? ¿Y qué es eso? —le pregunta Violeta a Mario.
—Una religión, cristiana pero no católica que tiene casi 500 años, desde la reforma.
—Pero, ¿es bueno eso? —dice Violeta con cara de duda.
—Si me preguntás a mí te digo que sí. No voy muy seguido a la iglesia, pero no me molesta, en realidad me gusta. Pero no pensé que te importaría —contesta Mario.
Violeta tiene 22 años, estudia Letras pero no avanza en la carrera, vive con sus padres y se pelea con ellos todo el tiempo. Los padres, Virginia y Carlos, la cuidan demasiado pero Violeta, como sin querer, rompe las reglas y genera conflictos. Llega tarde sin avisar, trae amigos a la casa y se encierran en su pieza con música a todo volumen.
Violeta siente que los padres no la quieren. En realidad lo sabe. Hablando con su padre, en una fiesta de casamiento donde él había tomado demás, le contó que se casó con su madre porque los padres de ella los habían encontrado semidesnudos y tocándose. Él no quería casarse pero por lo que se llamaba honor en esa época, lo hizo. El matrimonio fue barranca abajo desde entonces.
Violeta sabía que no la querían. Era lo que más ansiaba en la vida. Pero no venía. Fue buena alumna en la primaria, inteligente, estudiosa, cumplidora, aplicada, prolija, generosa con los compañeros aunque le costaba un poco. Sin embargo, sus padres nunca la quisieron.
Al empezar la secundaria empezó a rebelarse. Si no la querían por buena, la querrían o la odiarían por mala. Pero ella no les sería neutra. Violeta fumó en primer año, se rateó en segundo, tuvo novios en tercero, militó desde cuarto año y tuvo relaciones sexuales antes de empezar quinto. Una educación completa.
Mario se crió en un barrio tranquilo, Catalinas Sur, jugando en la calle con sus amigos, yendo seguido a la iglesia y soportando la escuela lo mejor que pudo. Era buen compañero, tranquilo, casi ingenuo. Al terminar la secundaria comenzó a trabajar como vendedor en una casa de Música. Una tarde, cuando ya llevaba casi diez años en el negocio, entró Violeta a buscar una partitura para una amiga.
—Hola, ¿tenés partituras de los hijos de Bach? —le preguntó a Mario, de quien ya le había gustado su sonrisa con la boca cerrada.
—¿De alguno en particular? —le repreguntó Mario.
—La verdad, no sé. Una amiga toca piano, cumple años mañana y escuché en la radio que los hijos de Bach tenían composiciones muy lindas.
Mario fue atrás y apareció con dos partituras.
—Te sugiero estas dos, a mí me gustan.
—¿Tocás el piano? —le preguntó Violeta.
—Un poco, sí —dijo tímido Mario.
Cuando Mario vio que en lugar de ir a la caja a pagar, Violeta miraba instrumentos, pero sin acercarse a ninguno en particular, supo que era su oportunidad. Su timidez le generaba complicaciones para acercarse a las chicas, pero tenía 27 años, un dinero ahorrado, ya se sentía grande para vivir con sus padres y en algún momento tendría que salir con mujeres.
Cuando Violeta se alejaba de la caja hacia la salida, con la bolsa con las partituras en la mano, Mario le dijo de lejos
—Un segundito —y en el tiempo que le llevó acercarse a ella estaba colorado como un tomate.
—¿Sí? —le preguntó Violeta dándose vuelta y parándose directamente de frente a él, con las piernas un poco abiertas, bien plantada en el suelo. Esta postura le gustó a él porque le daba a entender que ella estaba interesada pero lo asustaba a morir porque también le mostraba que era una chica que iba al frente.
—¿Querés tomar un café? —le dijo Mario a la velocidad más rápida que había usado en su vida.
—¿Ahora?, no puedo, tengo que acompañar a mi mamá al médico. El viernes si querés. ¿A qué hora salís?
—A las seis, dale, por acá hay muchos bares, ¿nos vemos el viernes? —preguntó Mario esperando la sentencia.
—Sí, bueno—le dijo Violeta, totalmente tranquila. Me llamo Violeta, pero me dicen Viole.
—Yo soy Mario. Te veo, el viernes.
—Nos vemos.
La primera salida le gustó a Mario. Tomaron un café, charlaron del mundo, de religión, le explicó sobre el protestantismo, se besaron en la boca al despedirse. Trataba de ocultar su inexperiencia. Le parecía que Viole tenía opiniones cortantes para todo. Al principio le gustó, después le molestó pero luego se dio cuenta de que era una muralla. Viole necesitaba tener todo armado, explicado, dividido entre buenos (sus amigos, sus creencias, sus objetivos) y malos, o sea, sus padres, todo lo demás, el mundo.
En la tercera salida hicieron el amor. Mario estaba conmocionado por todo lo que sentía y dejaba pasar por alto que más allá de su rebeldía y sus ganas de crecer, Viole disfrutaba de los sinsabores de los demás, no le molestaba infligir dolor a otros, era muy egoísta.
Mario averiguó el nombre de una buena ginecóloga y la convenció a Viole de ir. La acompañó y la espero en la sala de espera. Viole salió con una orden para varios estudios y una receta para comprar la píldora. Fueron a la farmacia de la esquina y la compraron. Pagó Mario.
La relación no lo conformaba del todo, se despedía de ella cada vez con preguntas y con alivio, pero no le prometió el cielo y la tierra, no la obligó a nada y pensaba que tenía que juntar coraje, terminar la relación y buscar a alguien con quien pudiera formar una familia. El sexo era interesante pero él quería trascendencia.
Mario le preguntaba, y al oír la respuesta negativa, le insistía en que se hiciera los estudios. Ya habían pasado dos meses desde la visita a la médica. No prestó atención a las señales.
—Mario —le dijo Viole al bajarse del colectivo y encontrarse con él en la puerta de un bar en Avenida Santa Fe —estoy embarazada.
—¿Có, cómo? ¿Vos? ¿Ahora?
—Sí, ahora —con tono casi sobrador, triunfante.
—¿Y qué vamos a hacer?
—Juntarnos, bah, casarnos, porque es casi necesario, tener a la beba, criarla —dijo Viole con un arrebato de tradicionalismo como si nunca hubiera sido rebelde.
—Pero Viole, vos habías dicho que no querías hijos, no ahora, que nuestra relación no daba, que si te quedabas embarazada abortarías. Yo no estoy de acuerdo con eso, pero ¿cómo?, ¿cómo quedaste embarazada tomando la píldora?
—Tal vez me olvidé de algunas –le dijo mientras caminaban sin rumbo.
—Ah —dijo Mario entendiendo el pasado reciente y desgraciadamente también el resto del futuro.
—¿Vamos a tomar algo, vengo del médico, tengo hambre?
—Bueno —contestó Mario desganado.
—¿Cómo sabés que es una nena? —preguntó Mario mientras caminaban hacia una pizzería.
—No lo sé, quiero una nena, los varones son muy crueles —sentenció Violeta.
—Ah —es todo lo que pudo decir Mario.
El casamiento, civil porque ambas parejas de padres se negaron a realizarlo según el rito de la otra religión, aunque los que se sentían ofendidos eran los padres de Violeta que consideraban a cualquier otra religión indigna. El país cambió de presidente por peleas de poder dentro de la dictadura. Las noticias sobre los desaparecidos ya eran vox populi, solamente los que no querían no se enteraban.
Viole y Mario alquilaron un departamento en el centro, un lugar que a Mario no le molestaba para trabajar pero sí para vivir. La relación fue de mal en peor. Mario intentaba mejorarla, sabiendo que si vivir juntos y tener una familia era inapelable, era mejor que funcionara. Cuanto más intentaba facilitar la relación o complacer a Viole, ella más lo rechazaba. Vivía enojada, se peleaba con el frutero, con el portero, con los vecinos. Todo el mundo era, según ella, unos tarados.
Viole se arrepentía de no haber abortado. Mario quería tener el bebé. Si la vida era eso, mejor aprovecharlo. Pero temía.
Viole fumaba, tomaba vino con la cena, no se hacía los controles médicos.
Carla nació a fines de abril, cuando Argentina declaraba la guerra de Malvinas ganada. Mario se iba achicando todo el tiempo, parecía una cáscara de lo que había sido, pero estaba decidido a cuidar a ese bebé. Hizo lo que pudo, aunque no alcanzaba.
Viole nunca quiso a Carla. Nunca la quiso querer. No la maltrataba, la ignoraba, algo tal vez peor. Mario trataba de proteger a Carla, lo cual enfurecía a Viole que con mil excusas lograba sacarle el bebé y con rudeza ponerla en la cuna.
Mario y Violeta nunca se separaron, nunca coincidieron y poco fue lo que él logró hacer para darle un mundo alegre a la beba.
Copyright David Mibashan.